A menudo me he encontrado a parejas que en el fondo se quieren, pero cuando se trata de dialogar lo hacen a base de gritos, reproches, sarcasmos y otro tipo de expresiones que para nada son coherentes con ese supuesto amor. ¿Dónde está el problema? Podríamos inclinarnos por pensar que realmente no existe ese cariño, que se trata más bien de una dependencia o que se han ido dejando de querer y ahora no se soportan. Podría ser. Pero si ellos dicen que aun se quieren, si confiesan querer intentarlo, se les puede ayudar haciendo un análisis más profundo de la situación. ¿Qué tal si les enseñamos algo de buena comunicación? Y quizá este matrimonio que parecía imposible, con el paso del tiempo, el esfuerzo de los dos y las pautas terapéuticas se torne en algo más parecido a una pareja, donde se dan y se reciben muestras de cariño, donde ambos confiesan estar satisfechos y me atrevo a decir, que ambos se alegran de haber tomado la decisión de pedir ayuda y de intentarlo una vez más. Este es, en ocasiones, el resultado de la terapia de pareja.
La comunicación es tan importante como desconocida en muchos casos. Al principio de una relación y bajo el “hechizo del enamoramiento” resulta fácil mostrarnos empáticos, afectuosos y agradables. Somos más condescendientes con los errores del otro y parece que prima el sentido del humor como un antídoto que le resta importancia a los problemas. Pero, ¿qué sucede después? Lo más fácil es echarle la culpa a Cupido, decir que se acabo el amor. Si nos fijamos en la dinámica de comunicación a la que muchas parejas se someten, veremos que está ha ido degradándose. Uno de los grandes fallos es el aumento de expresiones que muestran insatisfacción, desagrado, reproches y quejas. Y si algo caracteriza la comunicación es la reciprocidad, de modo que los reproches fácilmente se intercambian por más reproches.
Comunicamos todo el tiempo. Incluso cuando no queremos estamos comunicando. Comunicamos con palabras y con gestos, desde el razonamiento y desde las emociones. Los modelos de comunicación que se establecen en la pareja son determinantes para hacer que ésta se vea dotada de energía a lo largo del tiempo o por el contrario se vuelva insatisfactoria para ambos miembros. A menudo la comunicación ineficaz se escuda bajo frases tales como “yo es que soy así”, “a mi me gusta la sinceridad, yo digo las cosas cómo las siento” o “es que los dos tenemos mucho carácter”. Cuando interactuamos con nuestra pareja, es vital, no sólo expresar cómo nos sentimos, sino dar un paso más allá de nosotros mismos, pensar en cómo se siente el otro. Para ello, aunque ser espontáneo puede ser un alivio momentáneo, es necesario analizar y planificar nuestra forma de comunicarnos. La comunicación efectiva se traduce a menudo en la felicidad de quienes la comparten.
También es necesario que cada miembro de la pareja, en cuanto receptor, vea más allá de las palabras y trate de descubrir la emoción que sostienen estas. John Gray, en su libro “ Los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” ya nos advierte de las diferencias de género como un factor a tener en cuenta en la comunicación. A menudo las parejas discuten desde dimensiones distintas. Muchas veces las mujeres hablando, desde el plano emocional, usan expresiones como “tu siempre haces lo mismo” o “nunca me escuchas”. Ante esto, el hombre tratando de usar la lógica, es decir desde su parte más racional, se justifica buscando ejemplos de situaciones en las que eso de que se le acusa no fue así, le parece injusta la sentencia que se le imputa, es decir, trata de demostrar que no “siempre” lo hace mal. En realidad la frase “nunca me escuchas” puede ser expresión de una necesidad afectiva, del deseo de recibir muestras de atención y valoración, de sentir que a la otra persona le interesa lo que uno trata de comunicar. Cuando esto no se percibe, suele desembocar en una mayor frustración. La mujer por su parte, no se siente comprendida y el hombre suele encerrarse o distanciarse porque se siente atacado. En ocasiones se torna en una espiral agresiva, verbalmente, bajo el lema “la mejor defensa es un buen ataque”. En este contexto se dicen muchas cosas de las que luego se arrepienten, pero que a la larga van agrietando la relación.
Partiendo de la base de que todos tenemos necesidades emocionales, el quid de la cuestión está en cómo hace cada miembro de la pareja para cubrir esas necesidades. Hay ciertos métodos, que aunque a corto plazo pueden darnos lo que buscamos, a la larga pasan factura a la relación. Me refiero a métodos tales cómo la coerción, la intimidación o el chantaje emocional.
La comunicación negativa es un arma de doble filo. No sólo es destructiva para la relación, sino que de forma paradójica puede llegar a ser un modo de mantenerla. Saliendo del contexto de la pareja, pongamos por ejemplo un niño en clase que consigue llamar la atención de su profesora con malas conductas. Obviamente esta atención es negativa, expresada en castigos y riñas, pero al fin y al cabo es atención. De modo que si el pequeño no aprende otras conductas para conseguir atención positiva, se mantendrá en esta dinámica. Del mismo modo sucede entre dos individuos que se castigan verbalmente. No es lo que más les gustaría, pero es la forma en la que se ha enquistado su comunicación y, muchas veces, lo prefieren ante el silencio de la indiferencia.
En terapia, familiarizamos a las parejas con el término “gratificación”. Cuando la comunicación se caracteriza por palabras de empatía y gratitud, ésta se experimenta como reforzante e intensifica el deseo de estar en comunión. La relación suele tener elementos que a uno le agradan, pero muchas veces se asumen como parte de la rutina y no se le da el valor necesario, antes, el foco de atención se traslada a aquellas cosas que nos molestan, a lo que desearíamos cambiar. Modificar este aspecto puede dar un giro a la relación si se mantiene de forma constante. Por ejemplo, empezar a ver lo que tu pareja hace que sí te gusta y comunicárselo. Expresar cuánto aprecias que la comida esté preparada, o que te escuche, que te acompañe, que colabore en las tareas del hogar, etc.
Las caricias, la mirada y otro gestos dan mucha fuerza a lo que decimos. Solo hay que observar a los actores de cine. Cuando se dicen que se quieren lo hacen fijando su mirada, cogiéndose de la mano o fundiéndose en un apasionado abrazo. Quizá en algún momento todos han acompañado sus palabras con el lenguaje no verbal que las apoya, pero puede que al caer en la rutina, por el paso del tiempo o por no prestar atención, se haya ido perdiendo esta habilidad. Estaría bien volver a utilizarla, reaprender su importancia y aplicarla en la próxima conversación con esa persona a la que se ama.