El sexo y el placer siempre se han considerado sinónimos pero parece que no siempre es así. La experiencia sexual se considera un momento de calma, de pasión, de despertar de los sentidos, de disfrute. En este contexto se para el tiempo, y uno se da a la entrega total dejando a un lado los problemas de la vida diaria y el estrés.
Por lo visto hoy en día, en esta sociedad en la que todo lo que se hace o dice se recoge, se mide, se valora, se juzga y critica no hemos sido capaces de hacer una excepción en el terreno sexual. Cada vez existen más casos en los que tanto hombres como mujeres sienten que su rendimiento sexual es juzgado por sus parejas sexuales, creando de alguna manera una autoexigencia que precisamente acaba afectando al propio rendimiento. Es en este contexto es donde aparecen las disfunciones sexuales.
Lo primero de todo sería analizar el concepto de rendimiento sexual. En principio, estaría referido a la autopercepción de eficacia, es decir, de sentirse cómodo y satisfecho con el propio desempeño sexual. Lo que sucede hoy en día es que, este concepto, ha acabado relacionándose más bien con la percepción que la pareja sexual obtiene de ti. Es decir, el foco de atención acaba puesto en si te hace llegar o no al orgasmo, si hay erección o no a si se mueve bien o no o si practica sexo oral y un largo etcétera.
De alguna forma se van creando ciertos estándares sociales que dictan cómo ha de ser la experiencia sexual para que ésta sea satisfactoria. Este hecho hace que miles de hombres y mujeres se creen unas expectativas acerca del sexo que no tienen por qué corresponderse con la realidad. El sexo acaba convirtiéndose en una responsabilidad más donde uno tiende a evaluar si cumple o no. De alguna manera se está midiendo algo, y ¿qué implica medir? Cuando se utiliza un instrumento de medición se está comparando el resultado obtenido en relación a un parámetro.
El sexo es cosa de dos, focalizar el disfrute en ti o en la otra persona si se acoge como norma no lo hará más satisfactorio sino todo lo contrario. La idea es compartir el placer, y, por supuesto, siempre pueden existir diferencias pero la gran mayoría de ellas son salvables. Actualmente se tiende a condenar, se etiqueta, “ese fue el que…”, el sexo no funciona así, al igual que el amor se construye, se desarrolla y se descubre poco a poco.
Está claro que habrá personas con las que seamos más afines que otras, pero todo se puede mejorar y lo que es evidente es que no se puede esperar que una persona sepa todo lo que uno necesita para ser complacido en su totalidad, cuando a veces eso no lo sabe ni uno mismo.
Las exigencias no tienen cabida en el terreno sexual al igual que el control, y no hacen más que empeorar la experiencia y teñirla de prejuicios y actitudes poco saludables. Se trata de conectar, de tender un vínculo hacia esa otra persona y disfrutar de la conexión. Si no salimos de nosotros mismos y nuestros propios tabúes nos encontraremos muy lejos de disfrutar el sexo en toda su potencialidad.