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La estable inestabilidad emocional

¿Has montado alguna vez en una montaña rusa? ¿Has sentido esa sensación de miedo y emoción al mismo tiempo? Quizá no has sentido todo esto en una atracción de feria pero sí en una relación.
El intenso deseo al principio, la curiosidad, la atracción, la necesidad de vivir una nueva experiencia. Algo más tarde, la increíble sensación de felicidad, de placer, de vivir al límite. Disfrutas de cada momento para, sin darte cuenta y de forma muy rápida, dar paso a ver cómo un pequeño malentendido acaba en discusión, una mala contestación delante de tus amigos, a dejarte plantada sin previo aviso… pero ¡no importa!, quieres a esa persona, sabes que no es como la gente lo ve, tiene mal pronto pero es genial en la intimidad. ¿Por qué nadie ve lo que tú sí?
Te has ido dejando llevar y ya nada está en tu mano. Sólo seguir ahí, entre las alturas y el vértigo, hasta que esta montaña rusa emocional decida parar.
Cada vez esta atracción funciona más rápido, cada vez da vueltas a mayor velocidad, cada vez esos momentos de felicidad pasan más rápido y ahora, la mayor parte del tiempo la ocupan los otros momentos, los que no cuentas, los que vives en soledad, los que no quieres reconocer. Esos momentos.
Y es que en todas las relaciones disfuncionales se repite el mismo ciclo: tensión, agresión y luna de miel (Walker, L. 1979). Cuando hablamos de violencia en las relaciones parece que lo despersonalizamos, hablar de violencia son “palabras mayores”, pero sucede más a menudo de lo que creemos. No hay que llegar a los golpes para que se sufra violencia en una relación, las vejaciones, insultos, humillaciones, reprimendas, enfados, celos… ¿no son suficientes? Pero ¿qué hace que continuemos en una relación disfuncional? Pues precisamente una de las fases del propio ciclo de la violencia.
Todo comienza de una forma muy sutil, la llamada fase de tensión. Pequeñas restricciones como “no me gusta que hables con…”, “¿quién te ha llamado por teléfono?”, “¿por qué te pones esa ropa?”, etc. No nos damos cuenta de estos pequeños detalles hasta que se van sumando y desencadena en la siguiente fase de esta montaña rusa, la fase de agresión. Aquí es cuando llegan los gritos, las discusiones, y, en muchos casos, la violencia. Después de esta dura etapa, comienza la fase de reconciliación o “luna de miel”, nuestra pareja intenta compensar el daño producido pidiendo perdón, sacando su mejor lado, recordándonos por qué nos enamoramos y jurando que nunca se repetirá esa situación. Sin saber cómo, estamos otra vez ahí, haciendo cola para volver a montarnos en la atracción. Sabemos que ha sido un mal momento, creemos que no se va a repetir y queremos confiar. Y así, una vez más volvemos a caer.
Este ciclo se suele repetir numerosas veces hasta que llegamos a un punto en el que somos conscientes de que nos está haciendo daño, sentimos tristeza, desilusión o, incluso, miedo y queremos bajar.
Al contrario que en una montaña rusa, nunca es tarde para decidir bajar. No tenemos que esperar: podemos hacerlo en cualquier momento. No tenemos que normalizar una situación que no lo es. No tenemos por qué aguantar ni esperar un cambio. La decisión está en nuestra mano y podemos contar con personas que nos tenderán la suya. Si no te gusta esta atracción: baja.
El primer paso es decidirlo, el segundo pedir ayuda. Porque, si ya lo has intentado y el resultado es volver, es el momento de pedir ayuda. Amigos cercanos, familia que apueste por ti y, por supuesto, la terapia psicológica, pueden ser herramientas que te ayuden a dar los pasos para hacer real tu decisión.